jueves, 6 de noviembre de 2008

La Curación desde el punto de vista del Cojo (Hechos 3:1-11)

José Castañeda

Toda la Gloria sea para el Señor.

Cerremos nuestros ojos, y presenciemos con nuestros ojos espirituales el milagro de la curación del cojo desde su punto de vista, al introducir en la situación ciertas informaciones, históricas o médicas, que no figuran en la Biblia, pero que algunas de ellas podrían ser comprobadas por el contexto socio-económico y cultural de la época. Visualicemos ahora la situación, vivamos la experiencia del cojo, imaginémonos que pasó por su mente cuando Jesús llegó a su vida.

***

Me dicen el cojo, pero no sé porque, soy mucho menos o quizás mucho más que un cojo, más preciso sería decir que soy inválido, no puedo caminar, no puedo valerme por mi mismo. Mi vida la paso a la puerta del Templo, no necesito entrar para ganarme la vida.

Si es que esto se puede llamar vida. Cada minuto de cada día lo paso allí como ya dije, no para adorar, sino para sobrevivir. Yo sobrevivo de las limosnas de los creyentes que visitan el templo. Les comento que mis pies no se desarrollaron en el vientre de mi madre, y ya tengo más de 40 años de edad, y siempre he estado en esta misma condición.

He escuchado a algunos decir que aparento 60 años, debe ser por el mal aspecto de mis piernas que están sin uso desde mi nacimiento.

No recuerdo tener músculos en mis piernas, todos se me atrofiaron hace ya mucho tiempo. Cuando estoy a la puerta del Templo siempre me destapo las piernas para que todos vean mis pies deformados, mis coyunturas calcificadas y solidificadas, mis rodillas sobresalientes y protuberantes, mis huesos retorcidos, y las callosidades desarrolladas por estar siempre en contacto con el suelo de piedra del Templo. Así la gente se apiada más de mí y cada día siempre hay alguien me da algo.

Hoy fue un día como cualquier otro, me desperté muy temprano, o quizás más bien fue que no dormí lo suficiente, batallé para salir de la cama, me arrastre hasta el retrete, mi ropa, si es que se puede llamar ropa, esta sucia y hedionda, me duele el estómago del hambre, pero pensé, no importa, ya alguien me dará algo cuando me lleven al Templo.

En cualquier momento vienen los que me llevan y me dejan en la puerta del Templo, a pie de la puerta que llaman la Hermosa. Allí a veces me han insultado y me han dicho que me vaya a otro lado que mi fealdad y suciedad contrasta demasiado con la hermosura de la puerta. Pero nadie que entre al templo se atrevería a tocarme porque para ellos, yo soy un pecador, y mi condición física miserable es un reflejo de mi condición espiritual, y si llegaran a tocarme entonces estarían ceremonialmente sucios, y no podrían entrar al Templo.

Bueno, como les decía, casi siempre me llevan y me dejan allí antes de que comience a llegar la gente a la hora de la oración. Así que hoy me apuré y metí un pedazo de pan viejo en mi bolsa, y me dispuse a esperarlos. Llegaron como todos los días, para llevarme, no sin antes recordarme que si no les doy parte de lo que consigo, no me llevan, ellos son lo único que tengo, me pusieron al pie de la puerta y se fueron.

Me descubro las piernas, y las posiciono en el suelo con la ayuda de mis brazos descarnados, y luego comienzo a repetir a todos los que por allí pasaban, sin ni siquiera mirarlos, una limosna por el amor de Dios . Este día comenzó como un día cualquiera, como uno de los muchos días sin esperanza que he pasado. Sigo esperando, pero en realidad no sé que espero, porque todo es igual, todo me da igual, es un ciclo que se repite cada día, una espiral sin fin. Ya es más del medio día, son casi las 3 de la tarde, como dicen por aquí la hora novena, pero todavía no he recibido lo suficiente como para comprarme el pan del día de hoy.

Por aquí pasan muchas personas, así que cuando veo a estos dos hombres aproximarse, no pensé en nada, solo les dije sin prestarles atención: una limosna por el amor de Dios . Pero, estos hombres eran diferentes, ambos se me quedaron mirando y uno de ellos dijo que los mirara, nadie me había pedido antes que lo mirara, me acostumbré a no mirar a nadie, porque todos evitaban mi mirada, no sé si para evitar la frustración de verme en la puerta y no poder echarme, el dolor de mi situación, el asco por mi suciedad o la vergüenza de no darme nada. Muchos preferían lanzarme una moneda desde lejos, que acercarse y arriesgarse a ensuciarse. Pensé que al fin y al cabo estos dos hombres me darían algo para comprar el pan del día de hoy. Entonces, los miré atentamente, pero para mi gran desilusión lo primero que me dijo uno de ellos fue: no tengo plata ni oro , pero este hombre era diferente y continuó diciendo pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda .

Sus ojos reflejaban una compasión, un amor, que no había visto en nadie más jamás, e inmediatamente recordé que un hombre con ese nombre, Jesús, había venido muchas veces al Templo, como de costumbre me quede sin moverme, pero este hombre me extendió su mano y no pude rechazarla, el dejó que su mano me contagiara su calor, un calor amigo, un calor amoroso que nunca había sentido.

Hasta ahora solo había sentido el calor del metal de las monedas que dejaban caer en mi mano, que contrastaba con la frialdad de quienes me las daban. Ese calor amoroso y especial inundó primero mis pies y mis tobillos, luego llenó mis piernas, mis caderas, y me llenó de una fortaleza, de un amor, que va más allá de todo entendimiento, llenó mi cuerpo entero.

Entonces, me tomó de la mano derecha y me ayudó a ponerme de pie, y comencé gozoso a andar, a saltar, y a alabar a Dios mientras entraba con ellos por primera vez al Templo asido del brazo de ellos. La gente estaba atónita, asombrada y espantada porque todos me conocían. Yo sólo quería que todos supieran a quién le debía mi sanidad, a Jesucristo de Nazaret, andando y alabando a Dios de esta manera: Hoy declaro que el Señor, Jesucristo, es el Hijo de Dios, es mi redentor, es mi Dios, mí escudo y mi fortaleza, Él es el fuerte de nuestra salvación, es nuestro alto refugio.

Señor tu eres la roca de nuestra confianza, y nuestro libertador. Tú transformaste mi vida, el hombre viejo quedó en el pasado y ahora me encuentro renovado en mi mente y en mi espíritu, estoy vestido de una nueva criatura creada para la alabanza y Gloria de Dios. Gracias Señor Jesús, ya no soy más el cojo, él ha muerto para renacer a nueva vida en Ti. Amén.

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